Conde de los Andes, vinos para vivir experiencias únicas
A menudo, en la mesa, abrimos al mismo tiempo los dos vinos de Conde de los Andes: el blanco y el tinto.
Forman un dúo tan bien compenetrado que resulta muy agradable beberlos a la vez.
Esta es la primera experiencia de la marca: disfrutar por igual de los dos Conde de los Andes. No hay uno mejor que otro, no hay un "hermano mayor" ni un "hermano pequeño". Los dos están a la par y, además, se entienden a la perfección cuando van juntos. Son premium y de alto nivel, pero, a la vez, representan un carácter directo y accesible, una personalidad que los hace amables para todo tipo de públicos, incluido el menos experto.
La inmersión en la historia es otra experiencia que no se olvida
Un encanto de siglos. Una red de calados única en el mundo. Una atmósfera recogida, subterránea, mágica. Una continuidad de décadas ofreciendo una interpretación singular del estilo riojano de toda la vida.
Todos estos atractivos, tan propios de una larga historia, definen la apuesta de Conde de los Andes: recrear un estilo actual y de siempre, capaz de conectar con los consumidores de hoy como ya lo hizo con los de los años 50, por ejemplo. Además, tenemos reveladores testimonios gráficos de esa época: el mismísimo Ernest Hemingway disfrutó de los vinos en la bodega de Ollauri.
Actualmente, los visitantes de nuestra bodega lo viven con los cinco sentidos. La piel nota la especial temperatura y humedad de las galerías bajo tierra. El olor característico del paso del tiem-po. La luz tenue. El silencio mantenido durante siglos, justo desde que los últimos canteros aca-baron de excavar los calados... Y al final, la copa reúne todas esas sensaciones: la historia hecha vino.
Redescubrir paisajes de gran valor
El vínculo directo con su lugar de origen. Hay pocos vinos en los que el sentido del viñedo original esté tan presente. Si probáis Conde de los Andes Blanco, lo sentiréis: ese aire de flores y campo abierto os trasladará enseguida a un entorno natural preservado, de nítida belleza. Con el Tinto, notaréis el cortejo botánico y la mineralidad caliza bien presentes. Luego, valdrá la pena visitar el viñedo bajo los riscos del Monte Toloño. Es un momento revelador, en que se unen percepciones agrestes y a la vez, muy cercanas de la civilización.
Para nosotros, eso es la Rioja del vino: un contraste permanente entre dos energías tan cercanas como diferentes. Los ambientes indómitos de la sierra, pletóricos de bosque y aire puro. Y las calles de nuestros pueblos y barrios, llenas de vida, donde los bares, restaurantes y cuadrillas de amigos han sabido mantener un cultura de relación y disfrute alrededor del vino.
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